Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental
Adaptando las Rebajas de enero de Sabina puedo decir que, huyendo del frío (de la Navidad),
busqué en los caminos de Punta Entinas, y hallé un cocodrilo que no estaba mal. Más tarde,
sobre la bocina, de forma inesperada, el calor lo encontré en la insistente y emotiva referencia
al bien común del discurso del Rey.
Como soy de difícil comprensión, intentaré aclarar por qué relaciono estos dos sucesos, que
bien podría contarlos de forma independiente y más desarrollada, pero, y es la primera razón,
es una manera positiva de terminar el año, y muy esperanzadora de recibir al que viene, que,
dicho sea de paso, llega con rima incluida y confío que no premonitoria.
La segunda son los dos calores que me provocan. Uno, muy fácil de conseguir, es el que
acaricia la piel para regular esa temperatura externa que, aunque seamos de sangre caliente,
nos hace mantenernos alegres, saludables y en contacto con quién y lo que nos rodea. El otro,
esencial y más difícil de encontrar, es ese calor interno que nada tiene que ver con la biología,
pero que, incluso en las situaciones más adversas, es el que hace funcionar la verdadera sala
de máquinas y nos ensancha el alma.
Esta última expresión no está elegida al azar, sino que la cojo prestada del poema de Manolo
Chinato que popularizó Extremoduro: Ama, ama, ama y ensancha el alma, cuyos versos no
hubiesen desentonado en el discurso de la otra noche. Espero me disculpen por mezclar sus
nombres con el del monarca, algo a lo que Sabina está más acostumbrado.
Parto de la idea, para que no haya confusión ni malos entendidos, de que, aunque encuentre
similitud en el mensaje de ambos textos, en boca de Robe es creíble, emocionante e
inspirador, pero en la de un rey, solo por el hecho de serlo, son de dudosa interpretación,
porque su forma de vida, el lugar donde las dijo y la institución que representa, no van acorde
con lo que intenta transmitir.
Por cierto, hago un paréntesis, para aplaudir una de las Medallas de Oro al Mérito en Bellas
Artes a Robe, al que estoy deseando escuchar cuando vaya a recogerla, aunque tenga mis
dudas de si la aceptará o no. Debería aprovechar para sentenciar con alguno de esos
puñetazos de palabras que canta, y luego, si quiere, que la rechace o la use de cenicero.
Pero volviendo al discurso del Rey, decía, que es una manera positiva de cerrar el año,
escuchando la defensa del bien común. Un término que como sabrán, si me han leído alguna
vez y si no se lo aclaro ahora, yo utilizo mucho, porque creo que es la única manera de
reconducir la injusta, incívica, egoísta, precaria y frágil sociedad que hemos creado.
Tengo la sensación que la DANA de Valencia, así entiendo la intervención del Rey, nos ha
enseñado mucho sobre la sociedad que nos ha tocado vivir. Estamos indefensos ante la
inoperancia, avaricia y poca empatía de nuestros políticos, ante el cambio de valores, la
política exterior y la emergencia climática, por lo que estamos expuestos a grandes
incertidumbres, y solo apoyándonos los unos a los otros, «repartiendo amores, lágrimas y
sonrisas», podremos sobrellevarlas, porque, y es lo único que le faltó añadir, el pueblo salva al
pueblo.
No sé si es un mensaje populista o no, pero es una realidad que la mayoría estamos viviendo.
Solo recuperando la comunidad, el pueblo, la identidad cultural, podremos afrontar todo lo
que se nos viene encima. Debemos señalar a aquellos que intentan destruir, privatizar,
globalizar, solo por intereses económicos y particulares, lo público, lo de todos, lo que nos
hace fuertes. Si seguimos pensando que solo somos números, parte de un balance económico,
que estamos solos ante el peligro, se apoderará el miedo de nosotros y no avanzaremos. Es
por eso que “hay que dejar el camino social alquitranado, porque en él se nos quedan pegadas
las pezuñas”.
Pero antes de esas palabras que me ensancharon el alma, ya venía esperanzado porque,
paseando por ese trocito del bien común donde me refugio e intento conservar, encontré un
cocodrilo de piedra que alguien ha tallado en una de las rocas que quedaron de las canteras de
calcarenitas de los Alcores. Entiendo que este artista anónimo, que también ha tallado una
tortuga, una calavera y un Indalo, está llevando a cabo una idea que yo tenía hace tiempo:
mezclar arte y naturaleza, convertir una escombrera en un museo al aire libre, lo desechado en
cultura, la basura en belleza.
Así que con la idea del bien común flotando en el aire, y la ilusión de encontrar a este artista
para sumarme a su proyecto, comienzo el año, reconociendo que «también prefiero ser un
indio» y deseándoles que no les falten ideas, proyectos y los calores, la energía y compañía
para llevarlas a cabo. Salud y próspero 2025.